Todos tenemos secretos escondidos en algún lugar y nos sentimos frágiles cuando alguien los descubre.

Pero llega un momento en la vida en el que descubres que no es necesario seguir ocultando lo que hemos sentido, llorado, reído, amado... No es necesario esconder en lo más recóndito del alma todo aquello que nos hizo sentir intensamente vivos.

Ya perdí el miedo de abrir las puertas del alma, porque no soy vulnerable ante nadie, salvo ante el miedo de sentirme vulnerable.

Tan solo soy alguien como tú, a quien el universo no ha cesado se regalarle momentos para sentirse viva.

Amanecer tras la noche de San Juan.


Amaneció sobre la mar...

El prodigio de la luz ha vuelto a sorprender
la calma de la noche,
dándole forma todo
y devolviéndole,  a todo, su sentido.

Debo irme, como se fue la noche.
Entre sus sombras dejo la magia de un instante
y, de esta luz, me llevo la fuerza de la Vida.

Tal vez se duerman los duendes entre la hiedra y el musgo,
y las hadas arropadas en pétalos de flor.
Tal vez, entre las algas
                                 sueñen orillas blancas las sirenas.

Mi espíritu danzó con ellos hasta el alba
y estoy cansada.

Quiero llevar conmigo la calma de este instante,
embriagada de luz y de rumor de olas.
Y el recuerdo de mis ojos, persiguiendo un vuelo de gaviota
desde los campos verdes hasta el azul del mar.

Y siento que todo está bien,  cada cosa en su sitio.
Que debo volver a mi casa y a mi gente.
Que me espera su sosiego, el refugio de su abrazo
                                               y su sonrisa.

Y, fundida con ellos, la mirada y nuestros brazos,
transmitir el mensaje que los rayos de sol, hace un momento,
escribieron, brillo a brillo, entre mi piel:

Renace la Vida: coronada por ella, despliega tus alas
                                                                      y vuela.
Como la gaviota.

Buenos días.